Olavo de Carvalho: la insolencia de tener razón
POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ
29 de Janeiro de 2021
Empecemos por ambos extremos a la vez. Es una pena grande que el filósofo brasileño Olavo de Carvalho (1947) no sea más conocido en España y es una buena suerte que no sea más conocido en España. Por idéntica razón: muchísimas de sus ideas y un sinfín de sus argumentos tienen un inmenso interés y están escritos en una prosa directa y contundente como un mandoble. Ésas son dos razones —el interés y el mandoble— de que le acompañe la polémica más acerba. De modo que, si fuese más conocido en España, quizá nos perderíamos aún más sus ideas. Ahora las vemos en la lejanía; entonces no las oiríamos por el ruido.
De hecho, el primero que se tuvo que alejar fue él. Desde 2005 vive en Virginia, USA, perfectamente adaptado al entorno rural más arquetípicamente norteamericano. Salió del Brasil, porque el enorme país, un subcontinente, le daba, según sus propias palabras, claustrofobia. Quería decir, naturalmente, su ambiente cultural e ideológico.
OLAVO, RESPONSABLE DEL RESURGIMIENTO DE LA DERECHA BRASILEÑA
No ha vuelto, pero su influencia se deja sentir como nunca. Se le considera el responsable principal del resurgimiento de la nueva derecha brasileña. Ha tenido una importancia capital —que reconocen incluso sus más acérrimos enemigos— en el cambio de ambiente cultural y social que permitió la victoria de Jair Bolsonaro. El hijo de éste, Eduardo, declaró: «Sin Olavo, no habría un presidente Bolsonaro». Ése es un reconocimiento de dimensiones también subcontinentales. ¿Qué político de aquí reconocería a un filósofo —a cuál— una victoria electoral apabullante? A un filósofo, además, asediado, aislado y exiliado.
Ya no tanto. Olavo Luiz Pimentel de Carvalho ha recibido la Gran Cruz de la Orden de Rio Branco. Steve Bannon lo ha calificado como un «pensador trascendental». Su canal de YouTube es un fenómeno mediático y su cuenta de Twitter echa humo. En 2017 rodaron un documental protagonizado por él, titulado como su libro filosófico más profesional: El jardín de las aflicciones, dirigido por Josias Teófilo. La película ha tenido que hacer frente a una virulenta campaña en contra, que ha sorprendido [no sabemos si muy sinceramente] a su director, porque, según afirma, «lo más curioso es que, a pesar de la polémica, no es un documental político. Su originalidad consiste en que trata con seriedad de filosofía». Entre toma y toma de la película, el filósofo aconsejó el nombramiento de dos ministros del gobierno de Brasil, el de Exteriores y, además, el de Educación. Y encontró tiempo para tenérselas tiesas con Hamilton Morãu, el vicepresidente de Bolsonaro, que le parece tibio.
Aparte de la filosofía, tanta influencia política sería muy difícil de perdonar, si no fuese porque ya no le perdonaban sus escritos, que, a fin de cuentas, son los que aquí nos congregan. «Los ofendiditos que me disculpen, pero tener razón es mi profesión», ha dicho él, poniendo el dedo en la llaga. También le tienen que perdonar los académicos, porque el filósofo más famoso de Brasil no tiene ni un solo título formal. Ni siquiera su trayectoria de autodidacta es diáfana: ejerció de astrólogo [sic, no de astrónomo], se vinculó a una secta sufí y estuvo afiliado al Partido Comunista. De todo lo cual, se fue convirtiendo: hoy es un católico convencido y convincente, no guarda resabios musulmanes ni mucho menos y es un fiero anticomunista, tanto contra la versión clásica, como contra la gramsciana y, especialmente, contra la postmoderna o laclauniana o bolivariana.
LA FURIA Y EL RUIDO QUE GENERA
Por todo lo apresuradamente resumido, se entiende el ruido y la furia que genera, pero hay que añadir que no viene todo del exterior ni del ajetreo de la política. Sus textos también provocan polémica en sí mismos por dos causas principales.
Primero, no tiene miedo a ser acusado de «conspiranoico» ni de resultarlo, si lo ve claro. Aunque, como él mismo subraya, le acusaron de inventarse la importancia del Foro de São Paulo y del Grupo de Puebla que hoy no niega nadie. Segundo, es un defensor acérrimo de la necesidad de replicar con dureza y en su mismo nivel a aquellos que ridiculizan a la derecha o a sus ideas: «Callarse ante el atacante deshonesto es una actitud tan suicida como intentar rebatir sus acusaciones en términos “elevados”, confiriéndole una dignidad que no tiene».
Por eso, a menudo insulta con la ferocidad (y el humor, ojo) de un desatado capitán Haddock: «La izquierda brasileña —toda ella— es una banda de bribones ambiciosos, amorales, amorfos, maquiavélicos, mentirosos y absolutamente incapaces de responder de sus actos ante el tribunal de una conciencia que no tienen». El talento del epigramista no se le puede negar: «Tampoco asombra que los socialistas, no entendiendo el capitalismo, traten de describirlo con la fisionomía hedionda del fascismo, que, por afinidad, entienden perfectamente». El azote también se vuelve contra la derecha más instalada: «los hombres de “la derecha” —digo “hombres” cum grano salis».
De sal gorda, desde luego. Pero esa fiereza suya responde a un claro impulso quijotesco y cristiano. Así lo explica: «No es un discípulo de Jesús aquel que, viendo que abofetean a su hermano, se apresura a adular al agresor ofreciéndole la otra mejilla de la víctima».
Tampoco cabe negar que su amor por la moderación es muy moderado: «Al final, sólo necesita ostentar moderación quien se avergüenza de su propia opinión hasta el punto de admitir, cabizbajo y sumiso, que sólo vale un poco si se la administra en dosis moderadas. En dosis moderadas, hijito, hasta la estricnina vale alguna cosa. Sólo lo que es indiscutible bueno, como la inteligencia, la belleza, la santidad o la salud, vale tanto más cuanto mayor sea la dosis». En definitiva, como advierte su prologuista y antólogo, Felipe Moura Brasil, «Carvalho no es para pusilánimes».
https://olavodecarvalho.org/olavo-de-carvalho-la-insolencia-de-tener-razon/
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